martes, 8 de octubre de 2013


Irradiando generosidad en su fisonomía, me preguntó
abrazándome:
–¿Cómo está? ¿Un poco mejor?
Esbocé el gesto del enfermo que se ve acariciado en la
Tierra, ablandando las fibras emotivas. En el mundo, a veces, el
cariño fraterno es mal interpretado. Obedeciendo al viejo vicio,
comencé a explicarme, mientras los dos benefactores se sentaban
cómodamente a mi lado:
–No puedo negar que estoy mejor; no obstante sufro intensamente muchos dolores en la zona intestinal y extrañas
sensaciones de angustia en el corazón. Nunca supuse que fuese
capaz de tamaña resistencia, mi amigo. ¡Ah! ¡Qué pesada ha sido
mi cruz!… Ahora que puedo coordinar mis ideas, creo que el
dolor me aniquiló todas las fuerzas disponibles…
Clarencio oía con atención demostrando gran interés por
mis lamentaciones y sin el menor gesto que denunciase el propósito de intervenir en el asunto. Animado por esa actitud
continué:
–Además mis sufrimientos morales son enormes e
inenarrables. Amainada la tormenta exterior con los socorros
recibidos vuelvo ahora a las tempestades íntimas. ¿Qué habrá
sido de mi esposa y de mis hijos? ¿Habrá conseguido mi primogénito progresar de acuerdo con mi viejo ideal? ¿Y las hijitas?
Mi desventurada Celia muchas veces afirmó que moriría de
nostalgia, si un día yo le faltase. ¡Admirable esposa! Aún siento
sus lágrimas de los últimos momentos. No sé desde cuando
estoy viviendo la pesadilla de esta distancia… Continuas
dilaceraciones me robaron la noción del tiempo. ¿Dónde estará mi pobre compañera? ¿Llorando junto a las cenizas de mi
cuerpo o en algún rincón obscuro de las regiones de la muerte?
¡Oh, mi dolor es muy amargo! ¡Qué terrible destino el del
hombre apegado a la devoción de la familia! ¡Creo que pocas
criaturas habrán sufrido tanto como yo!… En el planeta,
vicisitudes, desengaños, enfermedades, incomprensiones y
amarguras, disfrutando escasas notas de alegría. Después los
sufrimientos de la muerte del cuerpo… Enseguida ¡los martirios
de más allá del túmulo! Entonces, ¿qué será la vida? ¿Sucesiva
secuencia de miserias y lágrimas? ¿No habrá recursos para
cosechar la paz? Por más que desee afirmarme en el optimismo,
siento que la noción de infelicidad me bloquea el Espíritu como
terrible cárcel del corazón. ¡Qué desventurado destino, oh generoso benefactor!…
Llegada a esa altura el vendaval de mis quejas condujera
mi barco mental al océano extenso de las lágrimas.
Con todo eso, Clarencio se levantó sereno y habló sin
afectación:
–Amigo mío, ¿verdaderamente, desea usted la curación
espiritual?
Ante mi gesto afirmativo, continuó:
–Aprenda entonces a no hablar excesivamente de sí

mismo, ni comente su propio dolor. La lamentación denota
enfermedad mental y enfermedad de curso laborioso y
tratamiento difícil. Es imprescindible crear pensamientos
nuevos y disciplinar los labios. Solamente conseguiremos
equilibrio, abriendo el corazón al Sol de la Divinidad. Clasificar
el esfuerzo necesario como imposición aplastante, vislumbrar
padecimientos donde hay lucha edificante, suele identificar
indeseable ceguera del alma. Cuanto más utilice el verbo para
dilatar consideraciones dolorosas en el círculo de la
personalidad, más duros se volverán los lazos que lo atan a
mezquinas recordaciones. El mismo Padre que vela por su
persona, ofreciéndole techo generoso, en esta casa, atenderá a
sus parientes terrestres. Debemos tener nuestro grupo familiar
como sagrada construcción, pero sin olvidar que nuestras
familias son secciones de la Familia Universal, bajo la Dirección
Divina. Estaremos a su lado para resolver las dificultades presentes y estructurar proyectos futuros, pero no disponemos de
tiempo para volver a las zonas estériles de la lamentación.
Además, tenemos en esta colonia el compromiso de aceptar el
trabajo más áspero como bendición de realización, considerando que la Providencia desborda amor, mientras nosotros
vivimos cargados de onerosas deudas. Si desea permanecer en
esta casa de asistencia, aprenda a pensar con justeza.
En ese ínterin, se me secara el llanto y llamado al orden
por el generoso instructor, asumí otra actitud, aunque estaba
avergonzado de mi debilidad.
–¿No disfrutaba usted en la carne – prosiguió Clarencio
bondadosamente – las ventajas naturales consecuencia de las
buenas situaciones? ¿No estimaba la obtención de recursos lí-
citos, ansioso de extender beneficios a los seres amados? ¿No
se interesaba por las remuneraciones justas, las expresiones
confortables con posibilidades de atender a la familia? Aquí el
programa no es diferente. Apenas difieren los detalles. En los
círculos carnales privan la convención y la garantía monetaria;
aquí el trabajo y las adquisiciones definitivas del Espíritu
inmortal. El dolor, para nosotros, significa posibilidad de enriquecer el alma; la lucha constituye el camino para la divina
realización. ¿Comprendió la diferencia? Las almas débiles, ante
el servicio, se acuestan para quejarse ante los que pasan; pero,
las fuertes reciben el servicio como patrimonio sagrado, en cuya
ejecución se preparan, camino a la perfección. Nadie le condena la saudade justa, ni pretende estancar su fuente de
sentimientos sublimes. Además, conviene notar que el llanto
de la desesperación no edifica el bien. Si en verdad ama a su
familia terrestre, es necesario que tenga buen ánimo para serle
útil.
Se hizo una larga pausa. La palabra de Clarencio me elevara a reflexiones más sanas.
Mientras meditaba en la sabiduría de la valiosa advertencia,
mi benefactor, cual padre que olvida la liviandad de los hijos
para comenzar de nuevo la lección, con serenidad, volvió a
preguntarme con una bella sonrisa:
–Entonces, ¿cómo se siente? ¿Mejor?
Contento por sentirme disculpado y a la manera de la criatura que desea aprender, respondí confortado:
–Estoy mucho mejor, para comprender más la Voluntad Divina.
Del Libro Nuestro Hogar
De Chico Xavier.
 

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